Hana

El tiempo que venía a casa era el más brillante. Las flores que traía ponían color hasta en la penumbra de la solitaria habitación, y hacían dulce el respirar.

Mientras, afuera, la calle lanzaba a todos lados los gritos y la bulla de cada mañana, tras cruzar mi puerta ella traía la música en una risa.

Abría las ventanas, y dejaba que el viento agitara las cortinas. De un ramo, repartía colores entre los floreros. Tomaba un delantal y se ponía a limpiar o a cocinar.

Cantaba. Había como el sonido de un río en su voz, y como el susurro de los árboles cuando hablaba bajito, en la confidencia de los versos más apreciados, que pronunciaba con la mitad del corazón en otro lado.

Se acercaba a mí con la gentileza con que se trata a una flor en un macetero. Me saludaba con una sonrisa que probablemente era lo mejor que yo podría ver ese día. Con los ojos brillantes pronunciaba mi nombre y me preguntaba cómo había estado. Y era como un rayo de sol llegando, y yo abriendo mis pétalos a ese calor. A veces, mis labios parecían haberse movido un poco, quizás. Quizás alguna vez sonreí. Tal vez pudo algo de mi alegría lograr mover un músculo de mi rostro.

¿Por qué siente uno felicidad con cosas tan pequeñas? ¿Por qué no las sentí así antes, cuando podría haberme puesto de pie en un instante, y tomado su mano para bailar, y mirado sus ojos acercándose a mi con cada giro?

Ella toma mi mano, recorta las uñas. Pasa sus dedos por mis cabellos. Me lava, me viste. Como quien poda una planta, como quien riega una flor.

Una noche, la luz de la Luna se cuela por entre las cortinas de una ventana que alguien olvidó cerrar. De algún modo, sé que mañana no la volveré a ver, y que esa brisa que llega con su perfume me trae también su adios.

Ahora, los días pasan sin que el sol abra la flor, o las cortinas, o las ventanas. La bulla de la calle llega sin que haya en la casa música que la enfrente. ¿Qué fue de ella? ¿en donde está?.

Con el tiempo, voy olvidando quien soy, como un eco que deja de oirse. Una noche, de algún modo, junto a la ventana, encuentro a una Luna que ya no estaba en mis recuerdos. Un hilo de plata desciende de mi mirada y dejo que el blanco forme un paraiso a donde vaya mi memoria.

Como en un sueño, no quiero voltear a mi cama, donde me descubriré durmiendo. Sé que mañana tampoco estaré. Que esta brisa me lleva, como a un perfume.

Más allá de la Luna, vuelvo a sentir el sol, y mi corazón otra vez se abre, como una flor.

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