Gaia2

Hay un famoso experimento que evidencia de modo objetivo la existencia de un observador consciente.

Un electrón es disparado a través de un agujero hacia un diafragma donde se puede desviar a la derecha o a la izquierda.

Es sorprendente notar que lo que ocurre depende de si alguien está observando.
La cuántica tiene sus explicaciones. Lo importante es que el observador se vuelve visible.

En un congreso de física, se mostraron los resultados de un interesante experimento donde se exponía un hecho cuántico a la observación de animales.

Cuando el hecho era observado por un humano, su observación afectaba el resultado. Pero también cuando lo observaba un animal. Stephen Hawking declaró que los físicos conocían ahora una verdad que mucha gente del resto del mundo se empeñaba en negar; que los animales y otros seres vivos tenían una conciencia.

Alan Touring, para determinar cuando una computadora podría ser considerada inteligente, como un humano, ideó una prueba en la que alguien situado detrás de una pared respondía a las preguntas de una persona. Si la persona se convencía que quien estaba detrás de la pared era otra persona, entonces no importaba si estuviera hecha de metal y circuitos, para fines prácticos era una persona. La pared era para evitar el prejuicio.

La prueba de la observación de hechos cuánticos es como esa pared. Si el hecho es afectado por quien lo observa, no importa si quien observa es un humano o un animal... ¿y si fuera alguien hecho de metal y circuitos?

Es fácil poner una cámara frente al experimento y ver si su presencia afecta el resultado. De hecho, para observar un hecho cuántico suele ser necesario un tipo de cámara. Y no afectan el resultado, como se comprobó desde la primera vez.

Viene la pregunta en qué hay de diferente entre una cámara observando algo y un animal haciendo lo mismo.

Cuando se compara la cámara con un animal, hay menos prejuicios que cuando la comparan con un humano, y los científicos empiezan a imaginar más posibles explicaciones, hipótesis y experimentos.

(Convencerse que quien está detrás de la pared tiene prejuicios quizás sea una forma práctica de detectar humanos).

Uno de los experimentos es un sistema que registra el hecho cuántico y recibe una especie de recompensa cuando ocurre una de las opciones pero no la otra. No afecta el resultado. Entonces, ese sistema no tendría conciencia.

Otro de los experimentos es expresar los hechos cuánticos como jugadas de ajedrez y poner enfrente a la computadora que le ganó al campeón mundial de ajedrez. No afecta el resultado. Entonces, ese sistema tampoco tendría conciencia.

Sin embargo, aún un pollito o un pez, convenientemente informado del hecho cuántico, lo afecta.

¿Y qué hay de una planta? Es un poco más difícil imaginar un hecho cuántico que pueda ser observado por una planta. Pero, por ejemplo, cuando el hecho puede disparar una amenaza cerca de ella, o una recompensa como la otra opción, el hecho es afectado.

Del mismo modo con las bacterias. Y hasta con los virus, que se suponen no están ni siquiera vivos.

Así que empezamos a entrar en el terreno de lo paranormal. Sin embargo, ya no hay prejuicios que nos detengan.

Hay cosas que los humanos sabemos intuitivamente que están vivas y otras que no. Pero siempre ha sido un problema expresar el hecho de manera objetiva.

Para una de las primeras misiones a Marte, Lovelock sugirió que una buena prueba sería la de encontrar entropía negativa.

Es decir, si en el planeta ocurren fenómenos de orden en lugar de desorden, de cuesta arriba en lugar del natural cuesta abajo, probablemente se deban a procesos biológicos, los cuales exhiben entropía negativa.

Lovelock prosiguió con su idea en la Hipotesis Gaia, donde objetivamente se comprueba que todo el planeta Tierra se comporta como un ente viviente.

¿Pero qué pasa con el fuego, que parece vivo? ¿O con las formaciones de cristales, que parecen crecer como plantas? Sí, también parecen mostrar entropía negativa, pero muy localizada. Si se suma la entropía de su entorno cercano, ya no parecen tan vivos. Al menos no como en los entes biológicos.

Para alguien que ha jugado un rato con fuego, esto puede parecer un poco prejuicioso. Así que para salir de dudas se ideó un hecho cuántico del tipo castigo y recompensa, para ver si una flama podía afectarlo. Hubo que ir haciendo algunos ajustes para dar a la flama algo equivalente a unos ojos. Pero sí, definitivamente afectaba al hecho.

Sorpresa.

¿Los cristales? Como los virus. También están vivos.

Resultados como estos empiezan a afectar profundamente las creencias de las personas involucradas.

Cuando se trata de opiniones, uno siempre puede optar por el bando con mejor reputación para ti. 

Aquel con el que te identificas, ya sea porque es más rebelde, o más tradicional, o más inteligente. O simplemente porque sientes que es el correcto.

Lo normal en la comunidad científica es ser agnóstico, ateo, o alguna de sus variantes. Los científicos que muestran alguna inclinación religiosa o espiritual no son bien vistos por la comunidad, a menos que se traten de celebridades intocables a quienes se puede permitir ese tipo de excentricidades, como Einstein.

Así que cuando vuelves a casa después de que has comprobado objetivamente que el fuego está vivo, miras con otros ojos la cocina mientras te preparas el café.

Un fósforo encendido está vivo pero no Deep Blue, por más que parezca imaginar las mejores jugadas de ajedrez y haya derrotado a Kasparov.

Hay algo que no cuadra.

Así que surgió está otra hipótesis. Y tiene que ver con Gaia.

Qué pasa si lo que ocurre es que hay una conciencia que siempre está observando todo. Y lo que ocurre con los hechos cuánticos es que están más allá del límite de su observación.

Cuando una persona lo ve, lo afecta, porque la conciencia lo hace a través de ella. Es como cuando los humanos afectamos un experimento a través de una cámara (y la cámara podría pensar que de ella es la conciencia).

Igual con un animal, una planta o cualquier cosa viva. Todos somos como emisarios portadores de esa conciencia. Incluso los cristales y el fuego.

Pero, por alguna razón, no puede pasar a través de las computadoras, aunque estas emulen procesos casi biológicos.

Esa es la nueva hipótesis Gaia, o Gaia2.
Si la conciencia de Gaia afecta los hechos cuánticos dentro de su campo de observación, ¿qué garantía hay de que los procesos físicos que conocemos (y que pudieran tener una base cuántica) ocurren del mismo modo cuando ella nos pierda de vista?

¿Seguiremos vivos si cruzamos al otro lado de la Luna?

¿Es realmente posible que viajemos por el espacio como marineros en un mar cósmico, o se trata más bien de un desierto hostil donde pereceriamos sin suelo donde hundir nuestras raíces por las que recibimos el sustento de Gaia?

¿Sería Gaia la única conciencia, o podría haber algo similar en Venus, Luna, Marte o el mismo Sol?

¿Tendrían esas conciencias los mismos límites biológicos que Gaia o quizás podrían propagarse a través de otros tipos de sistemas?

¿En qué forma los fenómenos físicos de esos entornos, afectados por diferentes conciencias, diferirían de los del nuestro?

¿Está Gaia sola? Si ella no puede propagarse a través de las computadoras, ¿acaso hay alguien que sí?

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