Libera tu Magia


Me encuentro leyendo "Libera tu Magia", de Elizabeth Gilbert, quién se ha convertido en uno de mis autores favoritos. Disfruto mucho de su gracia. La forma en que se expresa. El orden en que dispone las ideas.

Hace unos años, la escuché en un TED Talk, donde habló sobre el genio creativo. Sintonicé con su mensaje, porque yo también creo algo similar. Pienso que las ideas son como agua y que nosotros somos como los canales a traves de los que pueden pasar. Podemos dejar que fluyan por nosotros pero, si no pueden, encontrarán el camino por otro lado.

Liz Gilbert piensa que las ideas son como organismos independientes, pululando a nuestro alrededor, buscando alguna mente que les ayude a volverse realidad. La labor creativa es por una parte aceptar el regalo de esa inspiración, y por otra parte es poner lo mejor de nuestra dedicación para volverlo real.

Esta sería la manera ancestral de ver la inspiración. Como algo externo e independiente de nosotros.

Los griegos y los romanos pensaban que nos inspiraban las musas y nos acompañaban nuestros demonios (en el sentido de criaturas inspiradoras). Si algún mérito tenían las ideas, era en parte por la musa y en parte por el autor. Si la idea no tenía buena acogida, bueno, al menos se hizo el trabajo de expresarla lo mejor que se pudo, y a seguir adelante.

Una manera saludable de verlo. Nos mantiene humildes. Nos mantiene abiertos.

En cambio, desde el Renacimiento, más o menos, entró la costumbre de considerar que los genios eran las personas mismas. Muy halagador. Muy fácil de aceptar. Como un dulce gratis. Pero tiene el inconveniente de volver la carga demasiado pesada para nuestros humanos hombros. ¿Y si no se nos ocurre nada que crear? ¿Si no es tan bueno cómo lo anterior que hicimos? ¿Si no es lo que la gente espera? Uno es el culpable de todo.  Qué depresión. No tan genial después de todo.

Es una manera potencialmente destructiva de ver las cosas, como nos muestra la historia de la vida de mucha gente creativa.

Tomar la inspiración como un regalo, de Dios, de una musa, de un demonio hogareño, de algo externo, quizas con algún conocimiento superior a nosotros, es más saludable, más constructivo y, creo yo, más cercano a lo que se siente cuando se crea algo.

Personalmente, empecé a escribir cosas mías casi saliendo del colegio. Antes de eso, me daba tanta vergüenza que se notara algún resquicio de mis ideas en lo que escribía, que me limitaba a copiar fragmentos de diversos libros a la hora que dejaban de tarea alguna composición.

Una vez mi madre me llamó la atención sobre eso. "Puedes escribir mejor que esto", me dijo. Había descubierto que me disfrazaba. Sin embargo, yo aún no sentía la confianza para mostrarme y seguí usando las palabras de otros, pero organizando los fragmentos de modo que expresaran lo que yo quería decir. Usándolos como escudos. Era un avance.

Pero esa técnica tiene un alcance limitado, como descubrí. Es necesario mantener un buen repertorio de textos, mucho trabajo para acomodarlos hasta que expresen lo que quieres, y también para que los demás no noten las repeticiones. Es como pasarse la vida tratando de formar mensajes con recortes de periodicos, revistas y libros. Vivir haciendo collages, sin darnos la oportunidad de pintar nuestras propias imágenes.

Cargar esa multitud de recortes es demasiado esfuerzo y demasiado peso. Cuando intentas ir más rápido, lo vas notando. Un día los debes soltar. Cuando lo haces, magia: ¿sabías que podías volar?

Así, la urgencia de terminar cartas sin que pasaran demasiado tiempo me ayudó a permitirme prescindir de borradores y respetar lo que fuera que saliera.

Y la experiencia de chatear por Internet me ayudó a confiar más en la espontaneidad y el sentido del humor.

Un día, dejé de usar las frases de otros y puse en el papel mis propios sentimientos. Lo recuerdo claramente. Fue por una historia, triste, con un final que no me pareció justo (la de Pocahontas), que sentí una necesidad de escribir al respecto. Y la experiencia es mágica, realmente. Es como copiar las palabras que sientes que están apareciendo dentro de ti. Que fluyen de una fuente interior, muy cerca del corazón.

Algunas veces, también he podido sentir algo parecido programando (soy programador). Una idea de algo, que me inspira a tratar de volverla realidad.

Imagino que también ocurriría dibujando, pintando, tocando un instrumento, cantando o bailando, si tuviera más destreza en esas habilidades.

Pero, aunque tenía la convicción de que las ideas nos buscaban para salir a través de nosotros, parte de mi aún tuvo la tendencia de auto proclamarse genio creador de lo que producía. La lectura del libro de Liz Gilbert me ha hecho más conciente de eso. Así que estoy comprendiendo mejor mis etapas de confusión, cuando me atribuía completamente la belleza de un pasaje, o la ausencia de. O el control del proceso.

Una vez intenté el reto de escribir cada día una historia completa, durante una hora, nada más. Cuentos de una hora. Pude sostener el ritmo durante una semana más o menos. Fue sorprendente cómo la mente lograba sacar adelante algo sin tener demasiado con que empezar o continuar trabajando. Sin embargo, me detuve. Un día, simplemente, ya no tenía ganas.

Quizás mi musa no es alguien que le guste acudir a la hora que yo quiera, en las circuntancias que yo quiera. Tal vez le gustó la idea inicial, pero le desencantó la rutina en que se comenzó a volver. Como cuando uno sale con una chica y no logra mantener el encanto del juego. Entonces, dejamos ese juego.

Voy dándome cuenta que, para escribir algo, necesito sentir que mi copa esté llena. Las ideas pueden ir apareciendo a lo largo de varios días, o de unas horas, como gotas o como chorros. Cuando la copa está llenándose, o rebosando. me pongo a escribir (o a programar).

Podría forzar las cosas e intentar imponer cierto estilo a las cosas que van apareciendo. A veces la musa me tolera que lo haga. Otras veces se desencanta, deja de servir mi copa, y se va.

Se me ocurre que quizás la musa ha venido por alguna razón. Porque ha visto en nosotros algo que le ha gustado. Nuestra forma de pensar. Nuestra voz. Así que lo mejor que podemos hacer es seguir siendo nosotros mismos. Expresar con nuestra voz y nuestra manera de pensar las palabras que ella nos inspira en el corazón. Porque allí es donde siento que va sirviendo mi copa.

Liz Gilbert cuenta cómo ella se ha disciplinado a escribir siempre, aunque no se sienta inspirada. Porque reconoce que su genio creativo no está siempre allí. A veces no hay ninguna historia que la haya adoptado. Dice que una de las mejores cosas que puede hacer un creativo es estar presentable y dispuesto ante la musa a la que desea invocar.

Confieso que se me hace un poco complicado esta parte de escribir (o hacer algo) sin sentirme inspirado, sin sentir mi copa llena. Lo puedo hacer porque un trabajo lo requiera, porque algo es urgente quizás, pero no es algo que disfrute y, si dependiera solo de mi, posiblemente no haría nada. No se si pueda ser algo que pueda acordar con mi musa. Si fuera posible que me deje algo en la copa para pasar aquellos días en que la espero.

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