Leyendo con Leo

Cada vez que él llegaba, apenas le saludaba, y se iba rápido hacia los estantes de libros. Tomaba aquel que había estado leyendo, o buscaba alguno nuevo que le interesara. Luego se encaramaba al sofá que estaba junto a la ventana y se recostaba a leer.

No estaba segura de qué tanto leería, porque casi no había libros para niños. Pero notaba que a él no le importaba, y dejaba que lo intentara.

A la hora de la merienda, lo llamaba a la mesa y él se acercaba despacio, siempre con timidez. Nunca se sentaba. Bebía rápido el té con canela, cogía el panecillo, se lo metía en el bolsillo y se iba corriendo a la puerta. Gracias, decía bajito, antes de cerrar la puerta.

La señora Susana se asomaba al balcón y lo seguía con la vista, calle arriba, hasta que el sonido de la tetera volvía a llamarla a la cocina.

Leo pensaba que la señora de la tienda era la más buena, porque le dejaba mirar los libros que tenía en su casa. Le gustaban los que tenían figuras, y posaba su vista en las palabras que aparecían en el costado hasta que entendía lo que decían.

Luego volvía a su casa y le contaba a su mamá todo lo que había aprendido. Su mamá asentía y se reía, luego lo mandaba a la cama. Le dejaba su panecillo en la mesa y ella le daba un beso y una palmada. Tal vez más tarde lo comería con su papá.

En la noche, soñaba que tenía un lápiz y escribía los libros que la señora buena guardaba en su estante.

En el colegio, unos años después, le enseñaron a leer de otro modo. Iba repitiendo los sonidos hasta que se formaban palabras y frases y algún significado. Era más largo, pero también parecía funcionar.

La señora Susana le seguía dejando subir a leer a su casa. Para ella se había vuelto difícil leer, así que ahora disfrutaba leyéndole sus libros.

Pero no los leía como le enseñaban en el colegio, sino como lo había aprendido por sí mismo. Era natural que la forma de una frase le dijera lo que significaba, y él se lo decía a la señora, con las palabras que conocía.

Así que conservó esas dos maneras de leer. Podía leer repitiendo los sonidos de las palabras, o podía leer contando lo que las palabras le decían.

Cuando la señora Susana Lee se fue a donde se van las almas buenas, le dejó su estante con todos sus libros. Su papá le ayudó a llevarlos. Él fue detrás en la camioneta, sentado sobre las cajas y contemplando el balcón desde donde la señora se despedía de él, agitando su mano, cada tarde.

Así fue como llegaron a su casa tantos libros en chino. Y así fue como conoce tantas historias de China. Y así fue como sabe que hay maneras mágicas de que algunas cosas sucedan en el mundo.

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