Días sin tiempo - 3

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Estaba de espaldas en el piso. Su brazo le cubría los ojos. Bajándolo, fue acostumbrando la vista al destello del cielo lechoso.

Se incorporó con un poco de dificultad y se quedó un rato sentado así, apoyado sobre sus palmas.

No había sido un sueño. No era un sueño.

Podía recordar que había salido de su casa e ido a la panadería antes de llegar a ese lugar. No era un sueño.

Sentía el roce aspero del piso. Y el frío del aire.

Iba haciendo más frío.

Se puso de pie, tambaleando un poco, y se dirigió a su casa. Miraba en torno suyo, sorprendido de lo diferente que se pueden volver las cosas que uno ve todos los días, cuando pasa rumbo al trabajo. Conocía muy bien las calles y las casas que iba viendo en el camino, pero sin gente se sentía como en otro planeta.

Abrió la puerta, entró y fue a buscar a su familia. Subió a ver los dormitorios y bajó otra vez a la cocina, sin que nadie respondiera a sus llamados.

En su celular marcó el número de Julia. Parecía que no funcionaba, aunque la pantalla indicaba que tenía señal y la batería estaba cargada, no escuchaba nada. Ni siquiera un mensaje de saldo insuficiente. Entonces, se dió cuenta de que el celular de Julia estaba en la mesa de la cocina.

Tampoco ese parecía funcionar, aunque la pantalla también mostrara todo normal. Puso ambos celulares sobre la mesa y los miró detenidamente. Debía haber algún error. No podía ser que siguieran siendo las 8:23 de la mañana. Él recordaba haber visto esa misma hora al levantarse de la cama.

Salió a la calle y buscó el sol en el cielo. Estaba casi completamente blanco, pero había un resplandor más intenso hacia el lado de la mañana, como si fueran las 8 o algo así.

Empezó a hacer memoria. Se había vestido e ido a la panadería, caminado hasta la avenida, donde se desmayó... quién sabe por cuanto tiempo. Sin embargo, la hora era la misma ¿Acaso el tiempo se había detenido?

Reflexionó y concluyó que no podía ser. Porque se podía mover. Y no sólo él sino las cosas a su alrededor. Dejó caer el celular al piso, para probarlo. Lo recogió, y no le importó que la pantalla se hubiera quebrado.

No, el tiempo no se había detenido... sólo el sol, los semáforos, los celulares... y cada reloj que encontraba en la casa.

No tenía sentido... ¿y, además, dónde estaba la gente?... ¿Dios, dónde estaban todos?

Descubrió que la televisión no encendía. Tampoco la cocina ni el microondas. El refrigerador estaba frío pero no se encendía la luz interior. Los interruptores de las luces no funcionaban; no podía apagar las que estaban encendidas ni encender las que estaban apagadas.

Se sirvió un poco de agua. Derramó la mayor parte mientras intentaba beberla. Temblaba mucho. Debía tranquilizarse.

Despacio, se acercó a la ventana. Allí se acurrucó en un un sillón y se quedó mirando, tras las cortinas, hacia la calle solitaria.

Como un niño esperando a que volvieran sus padres. Hasta que se quedó dormido.

Continúa...

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