Siempre Libre

Puede ser bastante nuestra obsesión por saber qué es lo que vendrá, por estar preparados, por tratar de controlar nuestro destino. Nuestra noción de auto determinación, de libre albedrío, es algo tan inculcado, que nos es difícil imaginar que no sea así.

Y la verdad es que no es así. Tardé mucho en comprenderlo. Yo era feliz, en cierto modo. Siempre sonreía. Cuando la noche pasaba y se hacía la luz, mi cuerpo se elevaba en el milagro del nuevo día. La música de la vida sonaba y, de pronto, mi cuerpo podía moverse otra vez. Volvía a verla, a la princesa, mi amor. A mis amigos, danzando alrededor de nosotros. A mi corcel, sobre el que galopaba hasta encontrar al peligroso dragón, con el que finalmente me enfrentaba y al que vencía.

Cada vida era única para todos. Nadie más recordaba que hubiera estado antes, conmigo, todos juntos. Solamente yo.

¿Por qué parecía repetirse una y otra vez la misma historia? Quizás había una lección que debía aprender y volvería a ocurrir, una y otra vez, hasta que lo hiciera.

Cada vida que vivía, aunque ocurría lo mismo, la vivía de modo algo distinto. Siempre amaba a mi princesa, pero notaba de ella otros detalles, otros rasgos. Y de los danzarines. Y del dragón. Y de mi fiel corcel.

La sonrisa de mi amada era dulce, pero solitaria. Los danzarines eran vibrantes, pero parecían ir sin rumbo. Mi corcel era fiel, pero parecía querer ir más allá de donde yo lo podía llevar. El dragón era temible, pero tenía un buen corazón.

Quizás era por tanto vivirla, que empezaba a entender mi vida de otro modo.

Ocurrió que desperté a la vida, y en la penumbra de este nuevo amanecer, distinguí que había como unos lazos que conectaban mi cuerpo con el cielo, más allá de donde me era posible distinguir.

Cuando se hizo la luz por completo, y me puse de pie, y caminé, se me hizo claro que lo hacía impulsado por una energía que estaba más allá de mi. Me sentí bendecido, lleno de un poder que se me revelaba de pronto.

También habían lazos que salían del cuerpo de mi amada princesa, de los danzarines, de mi corcel y del dragón. Algunos más sutiles que otros.

Aprendí a sentir esa energía que me permitía estar vivo. Mi princesa, aunque me amaba, no podía comprender lo que yo veía cuando se lo contaba. Siempre vivíamos felices para siempre, pero me hubiera gustado que también me comprendiera.

Ahora ha llegado a mi una repentina idea. De si en verdad decido yo conocer a la princesa, conquistar su amor, buscar al dragón y vencerlo. O si solo soy como una una piedra que rueda cuesta abajo y se imagina que decide que va a la derecha o la izquierda, cuando en realidad simplemente sigue el camino que tenía que seguir.

¿Será que estos lazos no me dan energía para vivir, sino que son el medio para controlarme? He sentido que se tensa el lazo de mi brazo, cuando tengo ganas de moverlo. También cada uno de los otros. Y el de mi cabeza. Yo siento que miro a donde quiero mirar, pero en verdad debo admitir que siento el lazo tensarse y entonces lo hago.

Si es así, entonces quizás formamos parte de un plan mayor. Y tal vez no tenemos otra opción que ser parte de él.

Pero no puede ser, somos libres, me dice la princesa con su hermosa sonrisa. Mira, dame un beso ahora, me susurra. Y le doy un beso. Y ella sonríe, complacida. Y sonrío también, feliz, a pesar de todo. Sin decirle que le doy ese mismo beso en cada vida.


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