Un poco de arena

Es tiempo de encontrar alguna vía alterna. La tela que cubre la entrada de la tienda se agita con el viento del atardecer, cada vez más frío. El sol desciende rápido. Su luz dorada ya extiende largas sombras sobre las dunas.

La nieve de las montañas brilla como oro bajo el turquesa del cielo.

¿Es así de hermosa la puerta al paraíso?, se pregunta Jacob. Luego, baja la vista, avergonzado de jugar con la idea de abandonarse. Pero está cansado, y hace frío, y quisiera tanto dormir por fin.

Se levanta y sale de la tienda con lentitud. El beso de la brisa le entumece las mejillas. Su ropa se agita. La arena empieza a levantarse aquí y allá.

Sube corriendo hasta una loma cercana. En su cima, va girando. El sol empieza a besar el horizonte. El viento viene de allí. Si en la mañana corre en dirección contraria, caminará cara al viento con la esperanza de llegar al mar. Luego, quién sabe. Lo que ahora tiene que encontrar es un sitio donde pasar la noche a salvo. Le parece que tras esa duna estará bien. Desciende de prisa.

Ha terminado de desarmar la tienda para cuando el sol se ha ocultado. Las estrellas no han tardado en aparecer. Empieza a sentir con más frecuencia la arena salpicándole a la cara.

Llega a la cima de la montaña con el viento silbando y empujándole la espalda. Luego baja y le parece todo tan silencioso. La duna lo protege como una muralla. A sus pies, levanta la tienda.

Entra y se envuelve en sus mantas. Temblando, saca un poco de pan de una bolsa y come. Sin darse cuenta, al fin, duerme.

Despierta. Aún es de noche. No oye ni siquiera el susurro de la ventisca saltando sobre la duna. Se asoma en la entrada de la tienda. Todo es silencio y oscuridad. Excepto arriba, donde las estrellas se esparcen como diamantes sobre el terciopelo de la noche. Ninguna constelación le es familiar.

Sube a la cima de la duna. Agradece que la ventisca haya cesado.

Debajo de su túnica encuentra una pequeña tablilla. Pasa su mano y parece como si se volviera un espejo del cielo. Recupera la imagen que tomó la noche anterior y le pide a la computadora que muestre las diferencias. Un pequeño punto brillante aparece a media altura. Allí estás, le dice. Al fin.

Calcula la órbita del satélite, y se da cuenta de que llegará al cenit en unos minutos. No tiene mucho tiempo. Envía la solicitud de sincronización. En unos segundos, el satélite responde confirmando el inicio.

Baja a toda prisa hacia la tienda. Si no es ahora, no sabe cuándo volverá a tener otra oportunidad. Tiene que empacar todo y tender el lazo. Suena un pitido indicando que ha fallado el primer intento de sincronización. Habrá dos más. Revisa el cronómetro en la tablilla. Diez minutos. No hay modo. Pero si deja algún vestigio luego tendrá que volver a recogerlo. Tal vez haya un modo.

Toma una decisión. Saca el lazo. Cuelga el rollo de color esmeralda alrededor de su cuello. Luego carga la mochila. Ocho minutos.

Quita las anclas de la tienda. Siete minutos. No hay tiempo para empacar. Ata un extremo del lazo a una de las varillas y echa a correr desenrollando el lazo.

Una delgada línea roja se va extendiendo sobre la duna. Cuando llega a su límite, empieza a arrastrar la tienda tras de sí. Suena el segundo pitido. Cinco minutos. Aún está a mitad de llegar a la cima.

Llega jadeando y revisa el contador. Tres minutos. Jala lo más rápido que puede del lazo. La arena zumba mientras la tienda va siendo arrastrada cuesta arriba.

Llega hecha un desorden. No importa. Un minuto. Desengancha el lazo y empieza a tenderlo alrededor de los materiales. Va corriendo, esperando no dejar nada fuera del círculo. Ni siquiera hay tiempo de ver el cronómetro. Ve cerca el extremo inicial. Se lanza y conecta ambos. Se queda en silencio. Un largo pitido indica el tercer intento de conexión, esta vez satisfactorio. Gira hacia el interior del círculo y queda boca arriba, de cara al cielo, sonriendo. El satélite se va acercando al cenit. La computadora indica la apertura del puente. Un halo azul parece elevarse hacia el cielo. Siente que va cayendo en el agujero determinado por el lazo.

Quizás luego tenga que limpiar un poco de arena en la estación, pero es mejor que estar varado.

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