Bajo una cierta Luna

 
Escucho el sonido de mi respiración. Con los ojos cerrados, trato de concentrarme en la única cosa cuyo control parece estar a mi alcance. No pienso en nada... nada, y mis emociones afloran. Mi mano empieza a temblar. Las lágrimas se escurren bajo mis párpados.

No pienso en nada... nada, y el eco de los pasos en el pasillo del hospital se convierte en un sonido sin significado. Libero mi mente de las palabras, y dejo que sea lo que tenga que ser.

Llega la imagen del brillo del sol, cuando abrieron la cápsula. El mar estaba tan azul. El cielo pálido...

Ahora retrocedo hasta antes de que empezáramos a caer, cuando estábamos orbitando, y trataba de avistar a la Tierra por la ventanilla... tan azul, tan hermosa...

Vuelvo a sentir mucho frío... se formó un vaho en el cristal, que luego se aclaró... todo parece tan quieto... de pronto ahí está, nuestro reflejo sobre la atmósfera, como si fuéramos un guijarro a punto de tocar la superficie del estanque, casi parece otro módulo... nos vamos acercando... nosotros y nuestro reflejo cruzándose... sentimos la sacudida que marca el inicio de la caída...

— Comandante... -una voz me trae de vuelta-, ¿se siente bien?

La enfermera se ve algo preocupada. Debe ser por las lágrimas.

— Estoy bien.

— Lo voy a conducir con el Dr. Demps.

— Ok, vamos.

Caminamos despacio. Ella me empuja la silla mientras veo como van pasando las losetas una por una. Llegamos. La puerta se cierra y estamos los tres solos en una especie de consultorio. Por supuesto que hay más gente detrás del espejo de al lado. Es lo normal. Lo que no es normal es que le llamen Demps al doctor. Lo había tratado durante la preparación. No recordaba bien su nombre, pero definitivamente no era Demps.

— ¿Cómo se siente, comandante?

— Mejor, aunque sigo un poco confundido. ¿Han logrado averiguar qué pasó?

— Bueno -sonrió el doctor-, algunos de los astronautas de las anteriores misiones también pasaron por un periodo de confusión. Aunque esté muy entrenado, la tensión por la que ha pasado es extraordinaria y creo que es normal que el cuerpo, y la mente, lo resienta.

— Pero, ¿y esta cuestión de los nombres?

— Se irá aclarando, comandante -siempre con una sonrisa. Todo se irá aclarando.

Sigue la rutina de los exámenes. El frío del estetoscopio, las luces en los ojos, la presión en el brazo, las muestras de sangre... resulta extraño no reconocer el nombre con que rotulan cada tubo, aún cuando se suponga que sea el tuyo.

Un desconcierto similar pareció sentir el sargento que nos recibió en la balsa cuando amarizamos. No paraba de fijarse en los nombres bordados en nuestro traje.

Había un protocolo de cuarentena que debíamos seguir después de regresar. No había sucedido como esperaba. No había vuelto a ver a mis compañeros desde que nos quitamos los trajes. El Dr. Demps, como le llamaban, era el primer rostro familiar que volvía a ver.

— Ahora Betty lo llevará con el mayor Jordan.

Asentí. Esta vez, la enfermera me conduce un poco más rápido.

Las puertas se abren y veo a mis amigos. Cada uno en una silla de ruedas, como yo. Casi sin pensarlo me pongo de pie. Estoy un poco débil y me tambaleo, pero me siento bien de volverlos a ver y estrechar de nuevo sus manos. Nos abrazamos. Volvimos vivos.


El mayor se acerca y me saluda. Igual que con el doctor, su nombre se me escapa, como cuando se va un sueño, pero tampoco era algo como Jordan.

— Ahora que están los tres juntos, permítanme felicitarlos personalmente por su extraordinario trabajo en el éxito de la misión. Más tarde el General y los encargados de la misión les harán los reconocimientos oficiales.

Sonreímos por eso y le agradecimos su gesto. Sin embargo, había una cosa que yo tenía que decir.

— Bueno, lo intentamos, mayor. Espero que los datos que hayamos obtenido sirvan para que los siguientes sí lo logren.

El mayor sonrió.

— Comandante, ¡es el primer hombre en caminar sobre la Luna! Yo diría que ha sido un excelente intento.

Miré a mis amigos. Es raro cuando uno no encuentra en sus rostros la expresión que esperaría ver. Parecían estar de acuerdo. O me estaba volviendo loco.

Decidí seguir la corriente y averiguar después qué estaba pasando.

— Es que el comandante es muy modesto, mayor -me guiño el ojo mi piloto.

Sonreí, y traté de disimular lo mejor que pude el resto de la reunión.

— Bueno, caballeros, estamos de acuerdo. Les informo que la cuarentena terminará en un par de días a lo sumo. Pronto podrán ir a casa.

Más tarde, a solas los tres, les pregunté qué estaba pasando.

— Nada, comandante -me dijo el piloto. Todo está bien.

— ¿Bromeas? ¿Sabes quién eres?

— Soy el coronel Samuel Thomas, piloto de la misión Artemis 11, que llevó con éxito al primer hombre a la Luna...

— Santo Dios... ¡no te llamas así, Buzz!

— Son sólo nombres... todo lo demás está igual.

No puedo creer lo que estoy oyendo. Él sabe que no fue así.

— ¿Acaso no recuerdas que hicimos la aproximación, orbitamos y se decidió el retorno? Nunca alunizamos.

— Parece que sucedió en otro universo.

Miré intrigado al segundo piloto, que hasta entonces permanecía aparte de nuestra conversación.

— Creo que es lo que mejor puede explicar lo que nos está pasando.

— Explícamelo, por favor.

— En la física cuántica, cuando algo es muy pequeño, como una partícula subatómica, parece estar aquí y también allá, al mismo tiempo. La mayoría de científicos lo explican como fenómenos probabilísticos y otras cosas que realmente no entiendo mucho. Pero para otros se trata de que a esa escala se hace más fácil vislumbrar una realidad paralela.

— Pero nosotros no somos átomos.

— No, pero tal vez algo similar ocurra a una velocidad elevada, como las que conseguimos en el viaje.

— ¿Quieres decir que hay otra realidad alterna donde también quieren llegar a la Luna?

— En realidad, habrían infinitas realidades alternas, cada una tan válida como la otra. Cada decisión que tomas, si vas a la derecha en lugar de la izquierda, es solo la opción que ves en la realidad en que estás. En las otras, puede que hayas decidido otra cosa. Pienso que hay muchas misiones como la nuestra. En algunas llegamos y en otras no. No lo sé. Al parecer, en esta hemos llegado... aunque nuestros nombres no son los mismos.

— Ni siquiera parecidos. ¿Samuel? -digo, mirando al piloto.

— O, estamos mal de la cabeza -replica él, encarándome. ¿Qué opciones tenemos?

— Es que no podemos pasarnos la vida mintiendo -insisto. Tenemos que averiguar qué pasó.

— No será una mentira absoluta. No creas que ellos no lo saben. Por supuesto que han visto nuestros uniformes, con nuestros nombres bordados. Habrán desarmado y examinado cada componente del módulo para ver si encuentran otros nombres que no existen para ellos. Gracias a Dios que nuestros rostros son los mismos, pero te apuesto que algunos estarán pensando si no hay detrás algún plan ruso o cosas por el estilo. Gracias a Dios que nos necesitan. Ganemos tiempo para averiguar lo que sucedió.

— No lo sé.

— Mientras tanto, la versión oficial es que estamos confundidos. Si algo no parece estar en su lugar, no te molestarán mucho mientras te acostumbras.

Es difícil de digerir. Me quedo solo pensando.

Al cabo de un rato, el piloto me alcanza unas fotografías.

— Le pedí el favor a la enfermera. Son de tu familia. Si te sirve de consuelo, se ven como las personas que recuerdo.

— Gracias.

Sí, son las mismas caras. Quizás, como Mike dice, sólo se trate de nombres.

Dejo las fotos y me acerco a la ventana. Recuerdo cuando vi el reflejo de la cápsula al reingresar. Debió ser entonces que cambiamos de lugar. No era un reflejo, la bandera no estaba invertida.

— ¿Qué piensas, Neil?

— En los otros... ¿Crees que ellos sí lo habrán logrado?

Comentarios

  1. fascinante y suspicaz. a tono con el reciente fallecimiento de neil armstrong.
    saludos

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    Respuestas
    1. Gracias. De niño encontraba la foto de Armstrong en cada diccionario y me imaginaba la Luna que visitó. Más tarde, me pregunto por su vida y la carrera a la Luna. Escucho rumores sobre que aquella misión tal vez no ocurrió como nos la contaron. ¿Cuál será el misterio, después de tanto tiempo...?

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