En la noche

El surtidor contra incendios se halla en la entrada de un callejón flanqueado por altas paredes. Sumido en las sombras, el final yace oculto, como en un pozo donde entra sin retorno la luz de un pequeño farol. Bajo su calidez una solitaria polilla gira en la danza de su último vuelo. Vez tras vez se acerca rasante al ardiente foco, hasta dar el toque fatal que precede a la caída y la agonía. Tal vez no sabe lo que hace, o tiene una polilla sus propias razones.

Un auto se detiene en la esquina. Baja una mujer. El vestido rojo ceñido, los altos tacones hincando el asfalto. Envuelta en denso perfume, que fácilmente correría calle abajo de haber una brisa, camina hacia la entrada de su edificio. Va lentamente, contoneándose mientras busca en su bolso una llave, que encuentra justo al llegar a la puerta. Al mismo tiempo, bajo la suela de sus zapatos, la polilla finalmente desaparece.

Detrás de ella, la boca del oscuro callejón.

Gira la llave, se desliza el cerrojo, y empuja la puerta mientras el taxi parte rumbo a calles menos desoladas.

Entra, y vuelve a cerrar antes de encender la luz de la escalera. Luego, sube despacio, buscando en su bolso una segunda llave, que siempre pone aparte por precaución. El piso de madera cruje levemente con cada paso.

A medio camino, la luz se apaga. Por instinto, contiene un suspiro. Inmóvil, aguarda un poco a que sus ojos se adapten a la repentina oscuridad. Siente como si alguien estuviera detrás y voltea hacia la puerta. Sólo ve el pequeño rectángulo de la ventana resaltando en la oscuridad. No hay nadie más, pero sus dedos dejaron la llave y sostienen la empuñadura de un pequeño revolver. Nunca se sabe. Posa la otra mano sobre el barandal y desciende.

Por entre las rejas de la ventanilla de la puerta mira hacia la calle. También allí está oscuro. Se ha apagado el farol y sólo la luna ilumina las veredas desiertas.

Abre la puerta y sale. A su lado, la silueta del farol se recorta contra la claridad del cielo. Más allá está el callejón, con sus altos muros y sus sombras, y retazos de luz de luna sobre las cajas abandonadas.

Oye un ruido que sale de la oscuridad. Sordo, ahogado. Le llega también algo como una brisa ligera; un viento extraño que viene de allí y le trae el olor a hierro oxidado que identifica a la sangre.

Se acerca a la entrada del callejón, empuñando el arma. Avanza un poco, junto a la pared, detrás de las cajas; buscando quedar oculta bajo las sombras más oscuras. Tras el sonido de sus propios latidos nota el tip tap de sus zapatos y se detiene en seco. Se los quita para continuar, sosteniéndolos en una mano, y pisando el suelo sobre sus pantimedias.

Nota de pronto un gruñido al fondo del callejón. Quieta, junto a la pared, espera un momento. El olor de la sangre se va haciendo más intenso. Avanza.

Más adelante, en una franja de luz tenue, algo parece moverse tras las cajas. Poco a poco, mientras se acerca, va distinguiendo sus formas. Está agachado, de espaldas a ella, sobre el cuerpo de un perro al que rasga con voracidad. Su lomo se agita al deglutir, y su espeso pelaje plateado brilla a la luz de la luna.

Se asusta, pero piensa que, aunque está muy cerca, no puede notarla. No puede verla porque está de espaldas, y no puede olerla porque la brisa se lleva su olor fuera del callejón, junto con el de la sangre.

Pero nota que no es un animal. Aunque sus fauces son largas como las del perro que devora, y sus orejas se inclinan hacia adelante, bajo el pelaje hay piernas y brazos de forma humana.

De pronto, algo cambia. El ambiente se estremece. Los colores se van. La brisa cesa. Luego la brisa nace otra vez, pero ahora va hacia él, llevándole el olor de su presencia.

Él siente el aroma y voltea de pronto, mirando directamente hacia las sombras donde ella se oculta. Su hocico se arruga y muestra sus largos dientes mientras inicia el rugido.

Súbitamente, la luz del farol vuelve a iluminar la entrada de la calle, y entonces la figura de ella queda claramente destacada sobre el resplandor. Ya no lleva el arma consigo, ni sus zapatos con altos tacones... aún el rojo vestido ha quedado muy lejos. Tampoco siente frío, ni temor al mirar sus ojos brillantes y salvajes.

El rugido se va apagando. Lo ve voltearse de nuevo hacia el ensangrentado cuerpo del perro. Ella avanza. Sobre la pared ambas siluetas son iguales. Llega hacia él, y comen juntos.

Comentarios

  1. ingenieso, me gustó mucho leer un cuento y quedar con un buen sabor de boca, quiero leer más, cada cuanto tiempo sacas tus cuentos?

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  2. Gracias, me alegro que te gustara. Trato de publicar algo nuevo al menos una vez a la semana. Para enterarte también puedes suscribirte al blog, o hacerte seguidor, usando alguno de los enlaces.

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